Salí a encontrarlo a la
carretera.
Venía sentado sobre un milagro
con un recado anónimo
entre sus ojos
que no pude descifrar.
Y aceleré, sin más,
contra el viento,
con él atado como un
volantín.
Al llegar se instaló en
una nube
al lado de mi tienda,
Con su valija, su notebook
y un farol.
“Para ver la paloma de
colores”, me dijo.
¿Cómo la de Noé que no
volvió? Le pregunté.
Entonces, miró mi
transparencia
Y puso un beso en mis
cuadernos.
Debajo de su chaqueta
traía una herida
que se curó con pócimas
de vida,
encargos de amor y una
manta de promesas.
Entre historias diarias en
mp4 o avi,
ponderaciones y
escrutinios cruciales
mucho chopsui y garbeos
viales,
enfilaban los días con
sus noches
atravesando nuestros
cuerpos abrazados
entre su olor a ámbar.
Pero, a lo que tenía que
ser fructífero
y fuerte como un cedro del
Líbano
se le quemaron las piernas
y los pies.
“La memoria no abandona
el cuerpo”
Cantaba un chincol cada
hora
rodeando el jardín
Hay que ponerse en
puntillas, pensé
Pero no pude sobrepasar
los cardenales
y se desvaneció con su
nube.
Hoy su rastro aroma mi
cuello,
en las nubes clarean
recados
y su milagro solea en mi
patio.
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