En nuestra sociedad el tema sexual siempre se manejó detrás de las puertas, en el cuarto de los “cachureos”, muy oculto. La Iglesia Católica, con algunas contradicciones en su haber, tiene mujeres y hombres a su servicio para educar y aconsejar sobre un tema que ellos rechazan para sí mismos y han participado tanto en voz alta sobre púlpitos como en susurros dentro de confesionarios. Desde niños nos han hecho ver que la sexualidad es algo pecanimoso porque esa ha sido la enseñanza y, por lo tanto, el discurso que guía a un buen cristiano. El peso de esta acción antinatural ha caido sobre toda la sociedad como una lápida. No importa si te crian atea; en una sociedad cristiano occidental, de cualquier manera te alcanzan los juicios, prejuicios, reglas y actitudes del dogma religioso predominante. Y el sexo es algo pecaminoso que preferimos manejar como esos males necesarios pero de los que mejor, no hablar mucho, y menos pasar a tratarlo como algo natural.
Por lo tanto, durante años la pedofilia, que ha existido siempre, y que casi todos de niños -los que tuvimos suerte- nos las arreglamos para esquivar; nunca fue un delito flagrante castigado severamente por la ley. Con el tiempo fue endureciéndose, aunque, si recuerdo bien, sólo había un real castigo cuando el monstruo pedófilo mataba a la criatura violada. En todo caso, y es a lo que quiero llegar: no importaba si la ley fuera severa o no. Hasta hace poco, a nadie se le ocurría denunciar a un pedófilo, menos si estos eran sacerdotes de la santa iglesia católica. A nadie se le habría ocurrido mostrar la “vergüenza” de una hijita o hijito abusado sexualmente. Te lo callabas ¿qué se le iba a hacer? ¿qué iban a pensar? Y ¿de qué manera iba a ayudar la justicia? La justicia te iba a dejar caer su burocracia ineficiente encima para que, al final, te llevaras a tu casa a tu niñita o niñito ultrajado y te las arreglaras para que “se le pase luego” sin importar, que en realidad, el estigma psicológico, sin la ayuda necesaria, sin la participación preocupada de la sociedad, va a permanecer, quizás, toda la vida.
Curas y seglares (a cargo de infantes) que abusaron de niños a la par que cometían su atroz acto, marcaban en la conciencia de ellos este ejercicio secreto como algo íntimo (que los niños perciben de bajos instintos) ajeno y de espaldas a todo principio e institución social, especialmente la familia. Los principios humanos y cristianos, los señores curas, especialmente, no los tocaban.
Me parece un avance que jóvenes abusados por un “prìncipe” de la iglesia en nuestro país, hayan resuelto testificar sobre el abuso que sufrieron sistemáticamente por ese horror de hombre. Lo mismo en instituciones laicas, colegios, jardines infantiles, boy scouts. Desgraciadamente, en muchos lugares. Ya fueron demasiados siglos de una actitud pasiva y cómplice ante la pedofilia.
E insisto, todo por una manera antinatural de tratar la sexualidad en nuestra sociedad.
La psicolubricación de la mentira anal está entre los pseudodecentes eructantes de la religión...
ResponderEliminarEl itinerario de la verdad que describes sigue ocultándose, lamentablemente, en el alma social.
Gracias por mostrarnos desnuda, a esta infame realidad sobre ruedas.
Un abrazote, Mariana.
El abuso sexual y la violación tienen algo más que un componente sexual o libidinoso: es un tema de poder. Poder del hombre sobre la mujer, del adulto sobre el niño, de las instituciones sobre los ciudadanos. Y desde esa perspectiva, la Iglesia Católica, con toda su inmenso poder, hipocresía y crueldad mental, ha sometido a lo largo de los siglos a los más débiles (mujeres y niños) a sus bajos instintos, realidad que hasta hace muy poco era realizada en la más pura impunidad, casi ya como parte del paisaje. Recuerdo de adolescente oír hablar a mis compañeros de clase que ese u otro cura tenía la mano larga y que cuando hacían actividades deportivas en la iglesia, el cura se metía en las duchas, lo cual era motivo para que entre mis compañeros existiera la consigna de "todos con el culo pegado a la pared". O sea, ¿me van a decir que esos comentarios no llegaron a las padres, profesores, autoridades? Obvio que sí, pero nadie hacía nada, a la Iglesia y a los curas se les tenía miedo y nadie era capaz de enfrentarlos. Por ello concuerdo contigo, mamá, en que los denunciantes del caso Karadima son valientes y es de agradecer que hayan sido capaces de romper con siglos de impunidad y crueldad aún a riesgo de ser estigmatizados de por vida por una sociedad que, TODAVIA, no despierta del todo contra la pedofilia y el abuso sexual infantil y unas autoridades que AÚN no penalizan ese horrible crimen como debiera...
ResponderEliminarConcuerdo con todos. Todo se sabía, pero era mejor hacer oídos sordos porque, como dice mamá, "era feo" reconocer algo así. Ahora los mismos niños están alzando sus vocecitas y nadie podrá callarlas. Ya no tienen miedo. Lo tienen, pero no al qué dirán, sino a la impunidad en sus propios hogares. Los niños abusados por el clero ya tienen voz, poco a poco lo han ido logrando y la difusión los ha ayudado. Los que siguen sin tener apoyo ni ayuda son los que sufren abuso en sus propios hogares, esas niñas y esos niños no hablan por miedo al familiar, por miedo a romper la familia, por miedo a mil cosas. Hay que romper ese miedo, ya que terminar con la pedofilia es aún tarea que ni los profesionales han podido lograr porque, como dice Thamar, no es sólo un tema sexual, es un tema de poder. Y el poder es un vicio del que es difícil de salir.
ResponderEliminarMi apoyo a todos esos niños/as ultrajados en cualquier parte, en cualquier lugar, en cualquier circunstancia.
Buen artículo, madre.