Quien nace desajustado, tomando nota mientras crece de todo lo que no encaja en sus expectativas de una vida de placer infinito (le habría fascinado la Cabalá), no puede derrochar tiempo en el dolor y el espanto. Tampoco hay fortaleza para un ejercicio mayor en estos temas. No pudo haberla para Diego cuando su insistente lucidez le dijo que no hay nada qué hacer. Que ese deseo egoísta conque los seres humanos construimos nuestra realidad -esa estúpida holografía creada a punta de transgresiones a todo lo inanimado, vegetal, animado y hablante- no tienes forma de cambiarlo. La única solución para él, en ese momento, habría sido la hipnosis total y permanente; ese estado tan extendido por el planeta que permite a la mayoría de la sociedad levantarse todos los días a perseguir -como los burros- la zanahoria del futuro mejor. Una mejoría imposible, dadas las circunstancias, para esta aberrante realidad en la que nos movemos. Quien no lo vea así, vive hipnotizado, y ni esto, ni la resistencia al dolor, ni el suicidio, cambian las vesánicas bases de esta sociedad.
No podemos seguir dormidos, ni hacer del dolor y la frustración una forma de vida y menos suicidarnos en masa. Lo que urge es cambiar toda esta realidad imaginada y creada ficticiamente desde el brutal egoísmo que hemos demostrado ser capaces de poseer. Y ninguna táctica desesperada por resolver la crisis económica que va cayendo como una loza sobre este orgía de producción y consumismo innecesario, va a cambiar nuestra realidad. Es más, lo que hace, precisamente inevitable este crack es la verdadera crisis de fondo: la del ser humano frente a la naturaleza. Su propia naturaleza. Por lo tanto, la solución tiene que venir de nosotros mismos, desde dentro de cada uno de nosotros.
No hay más opción que empezar a practicar amar al prójimo como a uno mismo. No puede ser que por nuestra incapacidad de sentir este precepto es que unos viven hipnotizados, otros traumatizados por el dolor y otros se suicidan, como mi hermano Diego.
Los días descubiertos tienen hélices y muchos de nosotros utilizamos nuestras cortezas de tortuga. Seremos como grandes cenizas de la naturaleza y; en su cópula, nuevos puertos genitales galoparán vestidos al interior del amor.
ResponderEliminarEse amor sin dirección desde donde Diego esperaba a sus espumas.
La vida en muerte es un ventana desde donde mejor vestir las estaciones de la muerte en vida.
Y quizá fué esto lo que conquistó tu hermano...
La respuesta al dolor es tan amplia como seres humanos existen en la tierra. Cada cual, a su manera, vislumbra esa holografìa y el absurdo e insania que la mantiene y nos lleva a una sobrevivencia en un mundo dominado por la crueldad y la deshumanización. La opciòn del suicidio es una de las múltiples respuestas del seer humano ante esta realidad. Quizás la màs desesperada, pero a la vez la respuesta más iracunda y desesperanzada de todas, una protesta que implica la autoinmolación y quizás la esperanza de un renacer distinto, cuando el mundo deje de ser la mierda que es... Porque, en algún momento, dejará de serlo, cuando el ego deje de someter al amor y el dolor pase a ser unas huella de tantas en el camino hacia la felicidad...
ResponderEliminarHermoso Mariana, poner fin a la vida significa que ya no hay nada mas que hacer que ha llegado el momento de pasar a otra conciencia...a lo que diego en sus 19 anios llamaba la Nada Absoluta.
ResponderEliminarmuy lindo ...un beso! yo nunca me he olvidado de él.Ni de nadie.
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