Anoche fue el final de la festividad de Pesaj (Pascua). Nunca lo celebré, salvo un par de veces en Israel con mi padre. Él nos crió -a mis hermanos y a mi- ateos y con principios comunistas y jamás a su origen sefardita le dimos una connotación especial en nuestro desarrollo como seres humanos. Lo judío era algo que estaba ahí como haber nacido en la ciudad donde nacimos, como los nombres que nos pusieron o el color de nuestros ojos. Algo no elegido que ni nos estorbó ni nos privilegió de ningún modo. Ni siquiera, pienso que tiene que ver con que ahora yo esté buscando en la Cabalá las respuestas que ésta dice tener a mis preguntas sobre el significado de la vida.
En su exilio en Israel, mi padre, más que en la religión se refugió en la Cabalá, me habló de ella y de su gran sabiduría, y en sus últimos años de vida celebró Pesaj puntualmente. Pero yo creí que con la vejez se estaba poniendo religioso. Y es que no podía entender, por entonces, que la Cabalá no tiene nada que ver con la religión y tampoco podía saber que la Torá (los 5 libros del Antiguo Testamento) refleja historias que no son de este mundo físico y que deben ser aprendidas a través de la Cabalá. En lo que respecta a Pesaj, no hay un exilio de Egipto que celebrar, sino nuestro propio movimiento interior y no hay más faraón que nuestro propio ego que sí es quien nos tiene en un verdadero exilio de la realidad plena que todos, en amor y unión debemos experimentar.
Mi padre, entonces, murió enfrentando el exilio de dos faraones, el físico de Chile por el fascismo de Pinochet y el del exilio espiritual, el del ego, representado por el faraón en Egipto. No podría asegurar si antes de morir, mi padre, pudo sentir ese punto en el corazón que nos ayuda a corregir lo necesario para el inicio del camino del verdadero amor y la unificación. Espero que sí.
Yo, hoy día, al final de esta fiesta, supe lo que buscaba mi padre en la Cabalá.
La vida encontró en el cerebro de tu padre la hospitalidad de un alma sabia y afectiva. Por eso vivió para ser lo que fue ( un ser íntegro, consecuente ).
ResponderEliminarpues si, Enrique, así fue. Un beso...
ResponderEliminarHermosa reflexión.
ResponderEliminarAsí fue el Tata, íntegro e inteligente, un hombre que sabía combinar sus credos sin renunciar a ninguno. Sabía hacerlos conjugar sin que perdieran valor.
Un hombre de amor.