jueves, 13 de diciembre de 2012

¿Amar al prójimo como a nosotros mismos?


                                                 Ama a tu prójimo como a ti mismo.

Gran regla de la Torá, que las dos religiones más cercanas del entorno en el que me he criado -judía y cristiana- postulan como base de sus mensajes. Claro está, que ninguna te dice cómo podemos llegar a eso, nosotros, criaturas que sólo hemos sobrevivido en el mundo, gracias al exclusivo deseo de recibir para beneficio propio. ¿Cómo puede, entonces, un individuo amar a nadie como a si mismo? Y con mayor razón; más que a si mismo, que sería lo máximo de la existencia humana. Sencillamente, no puede. No está en la naturaleza humana amar a alguien o algo más que a mi. Y entonces, ¿cómo se puede vivir en armonía con eso? Tampoco se puede.

Los miles de años de historia humana nos lo demuestran: el ansia de beneficio propio, de poder y control, no sólo impide amar al prójimo -sin hablar, siquiera, de como a si mismo- sino que lleva al hombre a odiarlo y en la medida de ese odio, su poder. Y en eso nos manejamos, entre conquistas individuales caudillistas de unos, cuyo deseo sólo consigue un placer condenado a ser breve, puesto que el deseo exige, inmediatamente, otro detrás cancelando al momento ese placer; lo que hace imparable su esfuerzo por imponerse como sea sobre quien sea y lo que sea. Y entre el dolor y desesperanza de otros, que también, dentro del deseo egoico de recibir, subsisten arreglándoselas con efímeros momentos de disfrute, que ingenuamente llaman felicidad; y los con menos suerte, arreglándoselas para sobrevivir miserablemente, peor que en la selva.

Un juego con una regla absolutamente diferente y que implica desear para ti y nada más que para ti. Regla que más bien viene a decir que odies a tu prójimo y todo lo que te rodea y sólo te preocupes por ti. Atroz regla que es la causa de toda la miseria humana, de los crímenes que el hombre ha sido capaz de cometer durante la historia contra otros hombres, y que, todavía se siguen comentiendo. Y en eso vivimos, única y exclusivamente, porque el ser humano no puede ser de otra manera, y todos, incluidos los que postulan desde púlpitos varios, aquello de “ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Detrás de la ética y los principios humanistas en los que tratamos de empaparnos para ser buenas personas, convive entre nosotros un monstruo egoísta capaz de las peores atrocidades si su deseo le pide poder ilimitado; un germen que todos poseemos y que afortunadamente no todos desarrollamos en la magnitud de los que han controlado y manipulado la sociedad durante milenios usando la religión, la política, la ciencia, la filosofía, la economía, la psicología y todo lo que puede servir a sus propósitos. Un mal que sí ha sido perfectamente armónico en si mismo puesto que tiene tanto a su favor: el natural egoismo humano.

Un mal que realmente puede vencerse si se trabajara -aún anti natura- contra el deseo egoista de recibir en beneficio propio en pro del deseo para otorgar al otro. O sea, anhelar, profundamente, desear para los demás tanto como para mi, o sea, anhelar amar, anhelar dar. Y la realidad sería totalmente opuesta a la que vivimos. La fuerza del deseo es poderosa y se puede usar tanto para bien como para mal. Hasta ahora, a la vista de los resultados como sociedad humana, la hemos usado harto mal, por lo que convendría intentar, antes de destruirnos totalmente, hacer el giro hacia la conexión entre nosotros e intentar trabajar el amor; deseándolo.

Desear otorgar para conseguir ese propósito de amor.

Estudiando la Sabiduría de la Cabalá y las explicaciones (científicas) de quienes somos y para qué vivimos; he ido encontrando las respuestas que ningún otro conocimiento (filosofía, religión, ciencia, política, etc) me ha dado en los largos años de vida que tengo, y esta es la única viable, me temo, para conseguir amar al prójimo como a nosotros mismos.

1 comentario:

  1. "Lo que das al otro a tí mismo te lo das"...
    Y ya no se trata de esas falsas fórmulas para sentir amor que nos enseñaron, sino que de la plenitud al estar todos unidos en un solo estado de vida...
    Felicitaciones por tanta lucidez, Mariana.

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